jueves, 8 de octubre de 2009

¿Me ducho o no me ducho?

Tranquilidad, no he vuelto a esa despreocupada (por no decir de dudosa higiene) infancia en la que la ducha semanal era una exageración. Se ha estropeado la caldera.
Y lo que antes eran baños termales y vapores se convierte en hazaña propia del más intrépido de los valientes. Las osadas puntas de los pies se aventuran las primeras, y aguantan estoicamente. Los diminutivos subestiman a tobillos y pantorrillas, que resisten a los envites del regimiento de gotas gélidas.
Y luego, comienza la prueba de entereza. Es entonces cuando comprobamos que no somos tan distintos. Si pudiéramos espiar al más aguerrido de los soldados, comprobaríamos –con la sorna del que descubre en otros sus propias confidencias- que éste, como nosotros, también aúlla con la voz entrecortada, una vez ha conseguido decidirse a llegar a la espalda.
Está visto que, el cuarto de baño, tiene algo que nos iguala a todos.

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