miércoles, 1 de diciembre de 2010

Candide.

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Una estrambótica combinación de cánidos, constelaciones y onomatopeyas. Así de extraños eran los títulos de nuestros juegos, porque nosotras, A y P, siempre fuimos aún sin saberlo, una inocente y variopinta mezcla entre surrealistas y científicas.


Nosotras no jugábamos, contrastábamos empíricamente las leyes de la física.

Tal vez desde fuera pudiera parecer que girábamos sobre nuestras rodillas hasta caer en el suelo de puro mareo, …nada de eso! En realidad no eran sino análisis sobre los límites resistencia física que ni la mismísima NASA. Y los mareos, experiencias extrasensoriales de la psique humana.


Otro de nuestros divertimentos, bajo la apariencia de dibujos y garabatos inofensivos, escondía una reinterpretación de la técnica del cadáver exquisito , propia de los insignes surrealistas.


En verano, trasladábamos el laboratorio experimental a la piscina. Entre todas las distracciones, que encadenábamos una tras otra hasta dejar nuestros dedos tan arrugadillos que hubieran desafiado a los garbanzos más genuinos, había una que aún hoy me llama la atención:

El desencadenante, cierto día en que olvidamos nuestras gafas (de agua, que por aquel entonces las dioptrías aún no habían asediado nuestras retinas). Decidimos entonces que nuestras manos hicieran las veces de ellas: creábamos cámaras de aire, soplando bien fuerte el aire inhalado a bocanadas, apresando las burbujillas entre las manos –en forma de visera- y los ojos.


Además del surrealismo científico, interpretábamos toda una serie de rituales, invisibles para los forasteros:

La cuchara de P. debía ser siempre la blanca, mientras que yo sólo comería sirviéndome de la roja. En caso de que un incauto tercer sujeto las colocase en posición equivocada, realizábamos un fulminante intercambio imperceptible.

Quizás una de nuestras prácticas más sorprendentes fuera nuestra predilección por las canciones de la más diversa índole (y por qué no decirlo, de dudoso gusto musical).

Nos escuchaba a. entre divertida y extrañada – y un tanto preocupada- entonar indistintamente María de la O, No llores por mí Argentina o Candy Candy… de las que nunca llegamos a conocer mas allá del estribillo, que repetíamos a modo de letanía.

Eso sí, de Candy Candy, llegamos a hacer sublimes improvisaciones al puro estilo rapero:

“Candy- Candy-ten-cuidado-no-vaya-a-ser-que-caigas-del-columpio-y-aplastes-al-cochino-mono-que-tienes-de-mascota”.


Por último, una confesión, A y P veíamos los Teletubbies… pero siempre alegaremos motivaciones sociológicas!





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