miércoles, 27 de mayo de 2009

Cuento de lápices y pupitres.

Carlitos es uno de esos chicos que mira con aire sorprendido y cierta ojeriza a su flauta, cuando ésta exclama una nota desafinada – PIIIIII!- A regañadientes, y encorvado por el peso de veintinueve miradas inquisidoras, ejecuta de nuevo la obra. Aunque no es más que una pequeña cancioncilla para una ingenua flauta dulce, él la representa con la solemnidad de un músico de la filarmónica de Berlín. Sus dedos pequeñitos y regordetes se pasean por los orificios. Parece que ésta vez lo logrará, ya se acerca al momento decisivo, al vértice de la parábola, al instante del apogeo… pero su anular, vacilante, se desorienta un segundo y la flauta vuelve a chillar estridentemente – PIIIIIHH!- . Una carcajada sonora y, ésta sí, bien entonada, recorre los pupitres. Carlitos mira de nuevo a la desdichada, con impaciencia. La maestra frunce el ceño. Él baja la cabeza, resignado. ¿Qué culpa tiene él, si su flauta se ha puesto afónica esa mañana?

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