domingo, 12 de abril de 2009

Una manzana.

El pelo vidrioso y los ojos alborotados y un rayo de sol, de los que iluminan el vals del polvo, se infiltra por una rendija entre sus párpados. Se desliza hasta la cocina de azúcar, abre la nevera, biblioteca gastronómica o despensa de pócimas ancestrales. Una manzana.Verde.Húmeda.Lisa.
El calor de la mañana la lleva al porche, dónde la acidez de la fruta prohibida resbala por las comisuras de sus labios. Muerde la carne tersa que cruje al quebrarse. El azúcar se convierte en la savia de sus neuronas y mientras, ella, recostada en el sillón de mimbre, no piensa en nada. Nada, se concentra en beber el tiempo a través de su manzana.

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